una relación eterna
Para los habitantes de Lucca que vivían en la época en que, en 1544, comenzó la construcción de las nuevas defensas, la visión de aquella gran y alta masa de tierra cubierta de árboles no sólo les hizo sentirse más seguros, sino que les convenció de que saldrían beneficiados. Disponemos de la síntesis efectiva de sus reacciones gracias a Francesco Bendinelli, quien en 1546 dejó constancia en su Crónica: "... la primera plantación causó gran impresión en poco tiempo, tanto que toda la población quedó muy complacida con ella, por la comodidad del goce que les causaba pasear por ella como si fuera su propia Villa".
Los árboles plantados en las Murallas eran en su mayoría álamos blancos y tenían la función de compactar el "terrato" o terreplain, es decir, el poderoso terraplén de tierra construido para detener los cañonazos enemigos, pero, al mismo tiempo, representaban una fuente de ingresos para la República. Proporcionaban madera que se ponía a la venta en subastas públicas o se utilizaba como combustible para los hornos de ladrillos, para los puentes levadizos y para las múltiples necesidades de la obra de las Murallas.
El Gobierno, interesado en este beneficio económico, estableció por ley la protección de los álamos con penas para quienes no la respetaran.